La escalera por la que a casi nadie le gustaría tener que subir —o bajar— alguna vez, y digo «a casi nadie» porque siempre hay algún intrépido apasionado del riesgo y adicto a las situaciones extremas cuyo aprecio por la vida se supedita a una buena secreción de adrenalina. En realidad la escala no está ahí para subir o bajar por ella (menos mal), se trata de una instalación decorativa con el fin de dejar a los viandantes —que la divisen— algo perplejos, estupefactos, ya que da vértigo el sólo hecho de mirarla, tan alta y sin barandillas. Es una obra de los arquitectos Sabina Lang y Daniel Baumann y está en un edificio de Suiza.