Con 20 años de edad, Neil Harbisson se pegó una antena en la cabeza para «escuchar» los colores que no podía ver, debido a su enfermedad (acromatopsia).
Su implante le ocasionó algún que otro problema burocrático (y seguramente muchas burlas). A pesar de las trabas, Neil luchó para que se le reconociese su particular situación, no se resignó a perder su antena y finalmente ganó la batalla legal, pasó a ser el primer ciborg legalmente reconocido por un gobierno en el mundo. Neil se pasea con su implante transformando los colores en sonidos y vibraciones que puede oír y sentir en sus huesos. En 2010 fundó una organización para promover los tecnoimplantes.